lunes, 28 de marzo de 2022

Irse no queriendo


Tiempo suficiente ha pasado para intentar responder por mi cuenta cientos de preguntas que, siendo honesta, debiste haber respondido tú. Tengo mi conciencia tranquila, pues hice todo cuanto pude para movilizar las palabras que tanto quería oír —o leer— pero que nunca obtuve. Conciencia tranquila a costo de una memoria en guerra.


Morir a tiempo... qué más quisiera yo que saber morir a tiempo, saber morir al menos, para empezar. Ojalá pudiera olvidar, dar sepultura a partes de mi biografía. Ojalá no fuera perseguida por la lucidez.


Supe responderme la mayoría de las cosas, no librándome de sesgos y acomodaciones, sabiendo que estaba dejando sin techo la habitación de la cordura. La mente y el cuerpo, que son al final la misma cosa, son sabios y terminan por manifestar aquello que es insostenible después de haberse gastado sus recursos en tiempos de crisis, es por eso que hoy puedo con total tranquilidad tirar casi todas mis preguntas con mis respectivas respuestas a la basura. Me preguntaba, muchas veces desde la ira, por qué él, por qué una pandemia mundial, por qué la distancia geográfica, por qué la falta de recursos económicos y materiales, por qué la falta de iniciativa, por qué el silencio, por qué el amor no alcanzaba, por qué mi rabia. A todo ello le di respuesta como pude, especialmente al silencio. Afortunada soy de que me sacaras las palabras me dijiste un día. Sí, afortunados los demás siempre por dar con personas como yo en sus caminos que les ofrecemos el escenario que no se atreven a buscar por y para sí mismos; pero más afortunada yo que me di cuenta, como una suerte de epifanía, que no siempre voy a querer sacarle las palabras a las personas, no seré en todo momento tan paciente, ni benevolente. No era justo conmigo echarme encima la carga de la incapacidad de los otros de enfrentar y lidiar con los problemas, aunque me involucraran. Me di cuenta, con el ardor de quien abre los ojos por primera vez, que el problema del silencio echaba raíces en tu hábito de huir, de morir convenientemente a tiempo, de correr hacia el hedonismo sin mirar atrás.


En fin, todas esas preguntas e hilaciones que en su momento me costaron mi aplomo las tiro hoy a la basura. Todas menos una: ¿por qué todos menos yo? ¿por qué con otros sí y conmigo no? Es lo que me trae aquí a escribirte esta mi última carta, a cerrar a la fuerza una herida que en vez de enseñarme lo único que ha hecho es desgastarme.


Un día, en una clase cuyo tema era el amor y la suerte de ser correspondido, le escuché al profesor decir que uno se enamora porque sí, a causa de nada; nunca más se me olvidó. Tal vez esta sea la explicación, que conmigo sencillamente no ocurrió, así sin más, sin explicaciones. Conmigo no, pero con otro extrañamente sí, porque sí, a causa de nada. Y te funcionó con él, porque sí, a causa de nada, después de solo un par de días de haberme mandado a mí a la mierda, después de haberte quejado hacia un par de semanas, también conmigo, sobre esa aura pesada del tipo aquel que al final terminó siendo por extensión tuya también. 


En fin, traté de concebir una respuesta desde diferentes puntos de vista: amparada en la teoría del duelo, desde la libertad de decisión que posee cada ser humano, desde las nuevas formas de teorizar el amor y las relaciones —que nunca entendí—, incluso echándome culpas que no me correspondían, cuando en realidad la respuesta solo residía en vos. El problema es que no sé si ante la posibilidad de que yo te hiciera todas estas tediosas, tontas preguntas guardaste todas las respuestas detrás del escudo del silencio y la huída, o es que simplemente nunca se te ocurrió ni te importó que aunque nunca tuvimos un nombre, un vínculo se configuró entre nosotras y nos debíamos una tregua.


Como sé que cambiar un mal hábito es tarea difícil, y como sé que debo y quiero seguir adelante con mis planes de vida, hago de tripas corazón y tiro también a la basura esta mi última pregunta. Ya no hay absolutamente nada qué hacer por este vínculo que, tristemente sin éxito, tratamos de reparar. Nos encontramos ahora ante una muerte por negligencia. Y no creas que te echo toda la culpa a vos, sé que hubo cosas que también hice mal por acto u omisión, pero quise crear la posibilidad de que hablaras de ello, ¡conmigo! y preferiste hacer lo que mejor sabes hacer: desaparecer.


Piensa y di lo que quieras de mí, que es egoísmo, orgullo, resentimiento, inmadurez, que algo en mí se contaminó, o no sé, pero díselo a los demás o a ti misma, a mí ya no me digas nada, esperé más de 2 años y no obtuve más que la literal nada. Ya no es tiempo.


Confieso que hay momentos en que extrañar los buenos días que tuve contigo se hace insoportable. También, que hubo un tiempo en que sí hubiera tenido otra oportunidad la hubiera tomado y hubiera intentado todo para hacer que las cosas funcionaran, pero ahora ni siquiera sé qué haré cuando el tirano destino vuelva a cruzar nuestros pasos, porque sí, sé que en algún momento sucederá. Tal vez me comporte de manera amable por pura deseabilidad social, o tal vez caiga en un incómodo estupor. La única certeza que tengo es que nunca quise una amistad, yo quería todo o nada. 


Es una lástima tener que despedirme cuando nunca quise hacerlo, y aunque sé que ante ojos ajenos esta carta es innecesaria puesto que hace mucho tiempo no cruzamos palabra, para mí son definitivos los actos manifiestos. Existieron otras cartas, textos exageradamente extensos, pero qué más da si ya está todo en la basura.


Aquellos que permanecen en tu vida te desearán cada tanto mucho amor, luz, tranquilidad, viajes… todas esas cosas. Suerte y sabiduría es lo que yo te deseo, y problemas, muchos problemas, que te lluevan los problemas por doquier, que te rodeen para que no tengas a donde huir y adquieras la habilidad de enfrentarlos. 


Y que ojalá te duelan mis palabras, tanto como a mí me dolió tu silencio.





Con la tristeza infinita de quien se despide 

y la determinación de quien se marcha,