viernes, 16 de octubre de 2020

Hablarle a la nada

Pues bien, es la segunda semana de haber iniciado el semestre y en dos de mis cinco cursos te recuerdo bastante. Uno de ellos es bastante obvio, psicología social, me está gustando más de lo que creía. El otro es escritura creativa... debí haberte insistido más para que lo matricularas. Hemos hecho un ejercicio rápido de escritura, no sin antes haber conversado por más de una hora sobre la imaginación según Vygotsky, el síndrome de la hoja en blanco, los diarios, la necesidad de escribir para sacarse las cosas y no ocuparse de ellas nunca más, o por lo menos no en mucho tiempo, para poder descansar de ellas. Este es uno de los textos rápidos que más me gustó:

“Tengo secretos tan difíciles que lo único que se me ocurre es contárselos al mar. Tengo un trato con él, del cual no habrá vuelta atrás, solo tendré que escribir mi secreto en la orilla del mar, en donde la arena siempre está tan húmeda que me permite escribir en ella una y otra vez sin parar. Si el agua no lo borra, entonces lo tengo que contar y gritar, pero si el mar lo alcanza y mi secreto se lo lleva una de sus olas, lo tendré que olvidar y de ello jamás podré hablar. Sin embargo, siempre olvido que todo puede regresar a la orilla del mar.”  — Natalia Orozco Meléndez

Yo también hice mi intento:

“Con cada impulso el agua iba siendo más y más cálida, hasta que dejó de ser agua: ya era arena. Han pasado muchos años desde que el caracol no pisaba tierra, por fin llegó el momento, ya podía despertar del arrullo del mar para volver a caminar, a ver, a broncearse, a la vida misma. Quiso estirarse en su despertar del gran sueño, aventurarse a los casi olvidados granos de arena, a las raíces de las palmeras, las algas, pero ya no era cuerpo, era solo una concha. Resignado el viejo esqueleto a ser devuelto al mar, fue levantado de repente para viajar al hogar de algún ser humano.”

Pero no me gustó tanto como el primero.

No dejo de pensar en qué habrías escrito si hubieras estado, en que todo lo que allí se habla de alguna manera tiene que ver con vos, nunca lo he dicho pero no tengo ni una sola duda sobre los recursos tuyos para crear cosas, es solo que todavía no sabes qué hacer con ellos. Estoy segura de que si hubieras estado allí habría empezado a emerger todo aquello que desde hace tiempo viene gestando un tifón de confusiones en vos. Y sí, ya sé que estoy hablando como si en un futuro no pudieras estar allí, por supuesto que es posible, y ojalá sea así, es solo que me habría hecho muy feliz que hubiéramos podido acompañarnos, pero como siempre no insistí.

Han pasado solo dos semanas, pero ya el semestre promete. Me compré una impresora y por eso estoy leyendo todos los textos, todos, sin excepción. Eso nunca había pasado. Puede que también la utilice para imprimir esto y poder mandártelo. Solo me deja un poco triste que las hojas no salgan calientes como cuando se compran las copias en la universidad. Alguna vez escuché en un documental que ya no recuerdo cómo se llama ni dónde lo vi, que las impresoras debían calentar algo en ellas a la temperatura del Sol elevada a la no sé cuál potencia para poder imprimir, y que no se derretían porque ese proceso duraba milésimas o millonésimas de segundo... bueno, yo creo que hay que tener un raye para recordar cosas como esas, pero no tanto como para creérselas. Me alegro por mí misma porque parece que por fin he logrado niveles de concentración mínimos y funcionales, pero de nada me sirve porque en muy poco tiempo recuerdo que lo que me ha llevado a esto es lo increíblemente sola que estoy.

jueves, 15 de octubre de 2020

Monólogo metacognitivo

Una metacognición no es tal cosa si no se vuelve sobre ella. Me he hecho consciente de una de mis formulas: a veces no sé si tal cosa u otra; quisiera creer esto a pesar de aquello. Pues bien: a veces no sé si vuelvo aquí por vicio, costumbre, necedad o asuntos inconclusos; quiero creer que sigo en una búsqueda de respuestas, mías y tuyas, más tuyas que mías, a pesar de haber dicho que las razones por las cuales ha pasado nuestra historia —que tuvo que ser esta y no otra— ya no importaban y que no tenía más palabras para vos. Necesito, entre otras varias cosas, saber que no estoy hablándole a la literal nada.

Los días ahora pasan como una estampida, por eso ya no los cuento. En todos ellos he querido preguntar más allá del comienzo de Lo que no tiene nombre o de la insignificante hora de una matrícula. Y han sido todos esos días los que me han servido para darme cuenta de que no se me ocurren más excusas tontas, para recordar cuanto aborrezco las superficialidades, y que con todo eso mi necesidad de hablarte, de contarte cosas, es superior a mis resabios.