sábado, 5 de septiembre de 2020

Óxido

Han pasado ya varios días en los cuales he perdido la cuenta de cuantas veces he leído todo esto aun cuando dije al principio que no volvería a hacerlo. Lo leo varias veces por dos razones: la primera, por perfeccionista; la segunda, para estar segura de querer decir lo que digo. Y sí, estoy segura de todo lo que he dicho. No quiere decir que no haya reflexionado sobre algunas cosas, por supuesto que lo he hecho.

Dije hace un par de meses que en ocasiones el tiempo me parecía lo mismo que el oxígeno: necesario pero corrosivo. Hoy, 5 de septiembre, puedo decir absorta en mi total ausencia de motivación que ya no tengo más palabras para vos, que en efecto algo cambió de forma definitiva, algo se ha corroído, se ha desgastado, se ha oxidado, de manera que lo único que me falta por hacer es despedirme de una vez por todas para dejarnos en paz y no seguir siendo, como dice Lacan, sujeto dividido por la palabra.

Que todas las deidades me den el valor de verte otra vez y entregarte esto. Nada más qué agregar.



Te quiere,

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Alto de Boquerón

Por último, quiero contar, así como la gente se cuenta cotidianidades, que estuve por segundo día consecutivo en el alto de Boquerón. Hace un par de años también estuve, y vi el atardecer más rojo que haya visto en la vida, casi satánico. Esta vez solo había viento, montañas y un gran, gran vacío acaso iluminado por rayos de sol fragmentados por las nubes. Aunque extraño la bulla de la ciudad, hay algo en el silencio y el aire que siempre me llama. Se está en piloto automático ahí, mirando, maldiciendo la fuerza de gravedad, pero en todo caso ahí, sin pensar en nada. Me vuelvo a despertar estando ya despierta, y pienso “hijueputa vida la mía” cuando la ausencia se hace presente. Yo no supe si querer que estuvieras ahí conmigo o si quería estar tan sola que ni mi propia mente fuera bienvenida. El inconsciente no existe, pero insiste, ¿cómo es posible que recuerde algo sin siquiera haberlo evocado voluntariamente? o peor: no queriendo hacerlo. Por eso no creo en el conductismo ortodoxo. Alguna vez estudiando arquitectura leí fragmentos de Los no lugares de Marc Augé, y recordé estando en el mirador que para Augé —y luego para mí también— los lugares son los espacios habitados, donde hubo historia, donde se hacen vínculos, recuerdos, marcas; los no lugares son simples espacios de transitoriedad, como las terminales de transporte o los andenes, por ejemplo. Así fue como aprendí a darle importancia al espacio que se habita. Esa y muchas otras cosas me las ha enseñado la arquitectura. Por supuesto que el orden natural de las cosas es que un espacio pase de ser no lugar a lugar, y por supuesto que a una terminal de transporte o a un andén le puede ocurrir eso cuando, por decir cualquier cosa, uno se lanza a darle un beso a la mujer por la que uno se muere en los torniquetes de la estación Caribe. También eso fue lo que le pasó al alto de Boquerón, pero esta vez con un simple pensamiento; eso, no sé si triste o alegremente, no tiene reversa ni cabida al olvido. De pronto me anime a mandarte una foto, y de pronto algún día vayamos a tomar algo en el alto.

martes, 1 de septiembre de 2020

Cariño cruel

Como primer paso de tal amistad, me tomaré el atrevimiento, quizá descaro, de decirte lo que sigue no como quien alguna vez te quiso de manera romántica, sino como quien quiere a alguien con el cariño último, incluso con los consejos más crueles, y esperando que me perdones si llego a traspasar algún límite, porque eso, creo yo, hacen los amigos. La depresión es un fenómeno que puede controlarse (o no), pero que nunca se va. En mi caso yo nunca fui depresiva... más bien el polo opuesto del espectro: ansiosa. Pues bien, debes saber que depresión y ansiedad son fenómenos comórbidos, que cuando un ansioso está en crisis tiene episodios depresivos, y un depresivo, episodios ansiosos. No es lo único que hay, también hay un grado menor de depresión llamado distimia, episodios que no son de ansiedad sino de manía, y así... pero ese debate se lo dejaremos a la Sociedad Americana de Psicología, a la Organización Mundial de la Salud y demás organizaciones de discurso biomédico. Pero bueno, esto no se trata de mí. Palabras más, palabras menos, la depresión es un barco roto, en donde principalmente solo hay dos opciones: te das cuenta tarde o temprano —más tarde que temprano— que no se puede hacer nada, que no se puede ayudar a “curar” al otro por más que se quiera, el depresivo es el único que puede ocuparse de sí; la otra, es que ineludiblemente terminas por hundirte con él. Puede haber una tercera opción a causa de la primera: terminar por huir, por abandonar la embarcación por simple supervivencia. Y bueno, tal vez una cuarta: de alguna manera, y sin saberlo, te conviertes en la reparación de ese bote, te sumerges en un vínculo simbiótico y de repente todo funciona, quién sabe por cuánto, quién sabe si de manera definitiva. Son vínculos difíciles, atravesados por decisiones igualmente difíciles que solo vos podés tomar. Te deseo mucho valor en todo lo que pueda llegar.

También quiero dar una advertencia y pedir un favor. La advertencia: conociste de mí una faceta que con nadie había mostrado a tal punto, y esa faceta volverá a su resguardo como caracol a su concha, puede que mi mirada ya no diga las mismas cosas y que mis tiempos verbales sean distintos. Necesito que de una vez tengas presente que no por eso dejaré de quererte. El favor: no vuelvas a mí si no estás segura de lo que haces, de lo que quieres, de lo que dices, cualquiera que sea la situación. Antes, durante y después de vos mi vida empezó a perfilarse para cosas profundas, duraderas, pero sobre todo, tranquilas. Si algún día, por cosas de la vida, volvemos a intentarlo, que sea todo o nada.