martes, 17 de mayo de 2022

A mi improbable llegada

 Medellín, 17 de mayo, 2022


Leo, en una vieja carta tuya titulada A su improbable llegada, cómo esperas a alguien que sabes que no llegará, pero la escribes con certeza, o cierta certeza, de que algún día esa mujer encontrará tu carta, la leerá, y tú no te darás cuenta. Pues bien, aquí estoy yo, releyendo esa carta quien sabe por cuántas veces ya, con la certeza —o cierta certeza— de que no soy yo esa mujer, no soy yo a quien esperas aunque haya sido yo quien encontró la carta.

Por un tiempo, hace mucho tiempo, conservaba una última, mínima esperanza de poder tener una oportunidad. Hasta que un día, por los pasajes comerciales del centro, por lo que yo creo que fue casualidad, me encuentro con vos... y con él. Me preguntaste que de qué lado estaba, respondí que del tuyo, y me dijiste "bueno, lo de nosotros (lo tuyo con él) sí va". En ese preciso momento comprendí que mi fantasía y anhelo debían terminar. Con el tiempo aprendí a darle otro matiz a lo que sentía por vos. Aprendí a quererte diferente, pero más. Qué problema. Lo bueno es que de alguna manera esa situación desventajosa para mí me hizo ganar un amigo, él.

Pero también con el tiempo empecé a confundirme. ¿Es esto lo que llaman poliamor, que se puede sentir más formas de amar además de la romántica? ¿es esto amor de amistad? ¿es esto apego? ¿o simplemente el enamoramiento volvió?

Escuchar o leer tus problemas con él nunca fue incómodo para mí, porque te quiero tanto, tanto, tanto, que siempre fue más importante para mí brindarte... no sé, escucha, compañía, palabras que te llevaran a lo que te hacía bien. Sin embargo, la otra cara de la moneda era que no quería caer en opiniones o consejos acomodados que me beneficiaran a mí y te alejaran de él. Espero no haber caído en esa trampa, y si lo hice, pido perdón.

Hoy, después de haber superado el duelo amoroso más duro de mi vida, y de haber ganado cierta claridad sobre cómo quiero construir mis vínculos, me dices "tenés un amor cerca, pero no te puedo decir más". El papel de víctima nunca me ha quedado bien, pero parce, ¿con qué derecho? ¿para qué me dices eso?

Esta mañana me despierto pensando en el sueño de anoche: me había llegado al correo una carta, era tuya. En el sueño era completamente lúcida, sabía bien qué decía, cómo lo decía, y luego te vi. Pero desperté y no recordaba nada. En el sueño te pregunté "¿esto es en serio? ¿no estoy soñando?", y me dijiste que no; pero despierto y para mi frustración sí, sí era un sueño.

Así que aquí estoy hoy, pensando en tu carta de hace años, en la del sueño de anoche, en lo que me dijiste hoy y preguntándome ¿entonces quién es? ¿cuándo llegará? Me la pasé el día entero con ansiedad, mirando caras, ojos, pasos. No pude dejar de preguntarme quién, si iba a ser hoy. Ya me di cuenta que no será hoy. Pero igual, me la pasé fantaseando después de haber logrado dormir sin ponerle un nombre a mi almohada.

Por más que la realidad me indique lo contrario, no dejo de pensar "¿y qué tal que sí sea ella pero no me lo pueda decir por conflicto de interés?". Y tampoco puedo dejar de sentirme como una tonta que se ilusionó del aire y que ahora es incapaz de mantener la calma en la espera. De verdad, ¿con qué derecho llegás a decirme semejante cosa?

Tengo miedo de que en un descuido leas esta carta y me digas que efectivamente no hay un nosotras, que era —o es— alguien más, y que toda esta amistad se vaya a la mierda. Pero tengo más miedo de estar pecando por inacción y estar desperdiciando una oportunidad de oro, de no darme cuenta que algo puede estar pasando delante de mis narices.

Bueno, creo que esto era lo más urgente que tenía por decir. Los días irán aclarando o enredando más el asunto.


Siempre, o a lo mejor nunca tuya,