domingo, 30 de agosto de 2020

Muerte anunciada

Pero empezaron los problemas. Los malentendidos a falta de títulos o no nombrar las cosas por su nombre, los otros y sus intenciones, vos y tus indecisiones, yo y mi vicio de soñar demasiado y mi tonta creencia de llevar una maldición encima de no poder hablarle a los demás de la persona que quiero porque una vez lo hago todo se va a la mierda.

Y empezamos a dejar de decirnos cosas. Dejaste de decirme cielo y que querías darme un beso en “esa boquita deliciosa”, de pedirme mimos, de decirme que estaba linda, que te encantaban mis ojos y todas esas cosas. Menguaron las fotos, las llamadas, las historias, las palabras. Dejé de contarte los sueños en los que vos aparecías aunque nunca dejé de tenerlos. Dejé de esperar la llamada en la noche, dejé de guardarte un lado en mi cama aunque nunca estuviste en ella, y seguía aferrada en que no debía contarle nada de esto a nadie. Empecé a asimilar que ya había vivido la mejor parte de la historia y que ya debía prepararme para el final. Lo único que me falta es abrir los ojos en la mañana sin pensar que haber despertado fue una desgracia porque tuve que recordar que ya algo irremediablemente había cambiado.

La parte buena es que conductas autodestructivas no tengo, así que no hay riesgo de comas etílicos, desapariciones, espectáculos, sobredosis u otras cosas que ni siquiera me parece prudente mencionar.

Ya lo presentía, y hace un par de días lo confirmaste: había alguien más, otra situación más, igualmente atravesada por la indecisión. Creí tener la fortaleza suficiente para enfrentar una y otra vez la misma situación, que al final del día no importaba porque el tiempo me daría otra oportunidad y con ella la razón, pero me di cuenta de que en el fondo sí me importa y que ya me cansé. Empecé a asimilar que ya es hora de soltar, de dejar ir y entender que no vale la pena hacer reclamos por lo que pudo ser y no fue, por las razones que sean, no valen la pena ya. También de decirme a mí misma que ya estuvo bueno de vivir de recuerdos de cosas que nunca pasaron. Ya nada de esto fue y ya es hora de decir... ¿adiós? Tal vez de retornar a mí. Yo espero poder seguir teniéndote en mi vida, así como vos querés tenerme en la tuya, pero ya no así, no puedo seguir llorando todos los días preguntándome qué hice mal o qué no hice, o pensando que así es la vida y que no se le puede hacer nada.

Finalmente nunca fui capaz de llorar de rabia por vos, pero tampoco importa mucho, porque el dolor que siento ahora es un dolor que en el fondo terminará por sanarme, no por lastimarme; en fin, un dolor sano, si es que acaso existe tal cosa.

Así lo expresé:

“(...)

Mis heridas, mis miedos,  
 
mis murallas, mis silencios, 
 
mi paranoia, lamentos y agujeros, 
 
derrotada, 
 
los ofrezco al carmesí mar abierto.”

Y así será. Cual Davy Jones (?)

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